Lecturas 14 de Abril
Bibliografía para niños y jóvenes
No hay amor perdido
ELAINE R. FOLLIS
Del número de agosto de 1986 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana
Amor perdido. Este es un tema que pareciera saturar la experiencia humana, si es que los medios de comunicación son un índice. Se han escrito novelas sobre este tema de gran éxito de venta. Las llenan una amplia pantalla con sus correspondientes aflicciones y angustias, mientras que la televisión las presenta diariamente en pantallas más pequeñas para llevar el tema a nuestros hogares. La letra de canciones populares, con sus ritmos pegadizos, pregona el mensaje: el amor es dolor; el amor es frustración; el amor es la cualidad menos confiable y más caprichosa que jamás se ha conocido. Por qué la gente quiere interesarse en el amor, es un misterio, si lo juzgamos simplemente por la imagen que nos presentan los medios de comunicación.
Ese es precisamente el punto. Esa imagen está basada en un caso de identidad errónea. El verdadero amor no está compuesto de ninguna de esas características desagradables, pues el verdadero amor es espiritual. Es una bendición sin impurezas. Es indestructible. El verdadero amor expresa la naturaleza misma de Dios.
Puede que usted pregunte, ¿pero qué tiene que ver el amor “espiritual” con mi experiencia actual y muy humana? La respuesta es, todo. El amor espiritual, el amor que es de Dios, no es ni hipotético ni abstracto. Es lo que acompaña cada manifestación genuina de esa cualidad que la gente llama amor. No hay amor separado de Dios. El autor de 1 de Juan escribió: "Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor".1 Entonces es muy claro que la mejor manera de comprender el amor de Dios es expresar ese amor, participar en el amor, ser afectuoso. No hay nada indefinido ni abstracto en ello.
Dios, el Amor divino, es la fuente, el creador y sostenedor de cada expresión de amor que realmente existe en el universo. Además, Dios ama lo que El ha creado y se deleita en ello. “Vió Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”,2 dados el libro del Génesis. Esta declaración no da lugar a excepciones. Dios aprobó todo lo que El creó, incluyendo a cada una de sus expresiones individuales en la gozosa bendición ¡“bueno en gran manera”! Entonces, ciertamente, nadie puede estar excluido del amor de Dios; nadie puede sentir que no merece ese amor o que no lo puede expresar. El Amor divino es la fuerza que mantiene unido a todo el universo; el amor de Dios es el tema esencial y fundamental de la vida misma; el amor es el corazón de la identidad real de todos.
Cristo Jesús enseñó y ejemplificó que el amor de Dios es una verdad espiritual absoluta, una realidad que abarca, estabiliza y transforma la experiencia humana. En una oración a beneficio de sus discípulos, dijo: “Les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos”.3 Es importante destacar que anteriormente en esta misma oración Jesús específicamente incluyó no sólo a los que estaban esencialmente presentes con él en ese momento, sino también a aquellos discípulos que en el futuro habrían de creer en él mediante su palabra. ¡Esto nos incluye a usted ya mí! Así, Cristo Jesús, nos asegura que Dios nos ama tanto como Dios lo amó a él, y de la misma manera.
El amor de Dios es infinito. Jamás tuvo comienzo, jamás tendrá fin y no tiene límite de tiempo ni de espacio. El amor de Dios, por lo tanto, jamás puede perderse. Pues si el amor se pierde, tendría que irse a algún lugar. ¿Pero a dónde puede irse? Por definición, el Amor infinito lleno todo el espacio. Podemos decir con razón que no puede estar ausente de ningún lugar, ni perdido en algún lugar. Tiene que estar presente en todas partes ya todas horas.
El problema es que no siempre lo reconocemos, pues, a menudo, hemos decidido por adelantado el aspecto de ese amor. Así comprendemos erróneamente las maneras inesperadas, pero siempre acertadas, en que el amor realmente se nos presenta. Bajo tales condiciones podemos decir que el amor ha desaparecido, pues no lo encontramos con las características que hemos esperado. Mas no deberíamos engañarnos. Los medios por los cuales el amor se expresa pueden cambiar. Pero el amor que emana del Amor divino, de su inagotable fuente espiritual, jamás cambia, jamás se agota, jamás deja de satisfacernos.
Ahora bien, la personalidad humana es una notable transformista; algunas veces atractivas, otras no. No puede ser un indicio confiable de carácter, ni una base apropiada para una relación duradera, ni una fuente genuina, ni objeto de amor. Esto no quiere decir que esté mal amor a una persona. Pero lo que amemos en otros debía ser lo mejor de su ser, su verdadero ser. Podemos comenzar a ver en aquellos a quienes amamos lo que Dios ha creado a Su imagen y semejanza: el hombre constantemente gobernado por El. Una vez que llegamos a esta comprensión del ser verdadero de los que amamos, no la podemos perder — tampoco a ellos sea cual fuere la circunstancia humana.
Cuando nos sentimos atraídos hacia otra persona por amor o por amistad, podemos apreciar la evidencia del Amor divino representado en este lazo de afecto. Las verdaderas amistades son expresiones de felicidad y alegría enviadas por Dios, y Su intención es que las disfrutemos así como El se deleita en Su creación. Mas no debiéramos cometer el error de confundir la fuente del amor, que es Dios, con su expresión. Nuestros amigos no deberían convertirse en dioses para nosotros. Si pensamos exclusivamente en términos de nuestro amor hacia ellos, o de ellos hacia nosotros, inevitablemente esto invita a hacer comparaciones y es, en sí mismo, una premisa falsa. De hecho, hay un sólo amor, el amor de Dios. El lo sustenta y lo gobierna. Nadie tiene un derecho personal sobre el amor de Dios, !pero es imposible no tener ese amor!
Dios no sentencia a nadie a una existencia sin amor, y el desarrollo espiritual jamás nos conduce en esa dirección. La Biblia nos enseña cómo el poder de Dios sustenta y alimenta la unidad entre familias y amigos, y cómo puede subsanar las desavenencias que de tanto en tanto suceden. (En el capítulo 33 del Génesis, encontramos un ejemplo.)
Es la voluntad de Dios que cada uno de Sus hijos disfrute de una cantidad satisfactoria de amor. Pero necesitamos comprender la verdadera naturaleza espiritual de ese amor, el cual no está definido por la personalidad humana. A veces llegamos a esa comprensión por medio de lo que comienza siendo una experiencia amarga. No es necesario, sin embargo, que termine de esa manera. La Sra. Eddy tuvo su parte de sufrimiento. Enviudó siendo aún una mujer joven. Su hijo fue puesto al cuidado de otras personas, pues ella estaba muy enferma para cuidarlo. Cuando el niño tenía una vez años, la familia que lo cuidaba se mudó al Oeste de los Estados Unidos y no lo pudo ver hasta que fue un hombre. Ella conoció el significado del infortunio; pero también conoció su influencia inspiradora y transformadora. En Ciencia y Salud escribe: "¿Sería la existencia sin amigos personales un vacío para vosotros? Llegará el tiempo, entonces, en que os encontraréis solitarios, sin que nadie se compadezca de vosotros; mas ese aparente vacío ya está colmado de Amor divino. Cuando llegue esa hora de desarrollo, aun cuando os aferréis a un sentido de goces personales, el Amor espiritual os obligará a aceptar lo que mejor promueva vuestro progreso".4
Si nosotros, como tantos otros, estamos monos adumbrados por la pérdida de amor, ¿qué podemos hacer? Tal vez debemos considerar la posibilidad de que aquello que hemos perdido sea meramente un sentido falso acerca del perfecto e infinito amor de Dios, el cual jamás puede perderse. Y así, vamos avanzando para obtener algo mucho, mucho mejor. En ese preciso momento, aparentemente tan triste, el amor está presente, quizás no de la manera que esperamos, pero ciertamente está presente.
¿No nos parece suficiente? Si no lo parece, es posible que nos estemos aferrando a esa transformista personalidad humana. Sin embargo, podemos liberarnos al expresar el amor verdadero; al identificarnos espiritualmente a nosotros mismos, a los que amamos ya todos, como hijos de Dios que siempre aman y son amados. Podemos pedirle a Dios que nos muestre Su amor si nos parece que está oculto a nuestra vista.
Estas palabras de Escritos Misceláneos por la Sra. Eddy expresan muy bien la certeza de que encontraremos el verdadero y duradero amor que buscamos. Ella escribe: "Cuando un corazón hambriento le pide pan al divino Padre-Madre Dios, no le es dada una piedra — sino más gracia, obediencia y amor. Si este corazón, humilde y confiado, le pide fielmente al Amor divino que lo alimente con el pan celestial, con salud y santidad, estará capacitado para recibir la respuesta a su deseo; entonces afluirá a él 'el torrente de Sus delicias', el tributario del Amor divino, y resultarán grandes progresos en la Ciencia". Cristiana — también esa alegría de encontrar nuestro beneficio al beneficiario a los demás”.5
No tenemos que conformarnos con las imágenes del “amor perdido” que ante nuestros ojos y oídos nos presentan los medios de comunicación. ¡No escuchemos esas canciones tristes! No necesitamos ese mensaje deprimente, por más pegadizo y popular que sea. Podemos bailar al compás de otra música, podemos caminar por la vida con serenidad y dominio al compás del amor de Dios.
1 Juan 4:7, 8. ↑
2 Génesis 1:31. ↑
3 Juan 17:26. ↑
4 Ciencia y Salud, pág. 266. ↑
5 Esc. Mis., pág. 127. ↑